¿Por qué tienes prisa?
¿A dónde vas? ¿A dónde quieres llegar? ¿A qué le tienes miedo?
Nota importante: esta carta está escrita sin ninguna prisa, con tan poca prisa que llega un poco tarde (una semana para ser concretos), pero como se suele decir en estos casos, lo “bueno” nunca llega tarde y, al fin y al cabo, eso es lo menos importante ¿no?
Estas son algunas de las preguntas que me hago cuando siento que las prisas o el estrés me invaden y empieza a instalarse en mi mente y en mi cuerpo una sensación de ansiedad e inquietud. Pero también me sirve para compartirla contigo y que reflexionemos juntos.
Así que hoy, en esta carta, hablemos y reflexionemos sobre porqué tenemos tanta prisa, a dónde queremos llegar y de qué huimos o a qué le tenemos miedo.
Antes quiero compartirte este poema, a modo de introducción previa, del poeta Juan Ramón Jiménez, titulado “No corras. Ve despacio”, que dice:
¡No corras. Ve despacio,
que donde tienes que ir
es a ti solo!¡Ve despacio, no corras,
que el niño de tu yo, recién nacido
eterno,
no te puede seguir!Si vas deprisa,
el tiempo volará ante ti, como una
mariposilla esquiva.Si vas despacio,
el tiempo irá detras de ti,
como un buey manso.Juan Ramón Jiménez, Eternidades 1918 poema (XXXVI).
Este poema, desde que lo leí, hace ya unos años, resonó tan fuerte en mí que desde entonces lo tengo como un mantra y, de vez en cuando, me lo recuerdo cuando emerge la prisa en mí: “No corras, ve despacio, que donde tienes que llegar es a ti mismo”.
Me sorprendió descubrir, tiempo después, esta otra cita del profesor y filosofo José Ortega y Gasset, muy similar a la de Juan Ramón Jiménez:
«Camina lento, no te apresures, que a donde tienes que llegar es a ti mismo»
Una maravilla.
Dos autores, que coincidieron en el tiempo (nacieron en 1881 y 1883, respectivamente), y que hace algo más de 100 años reflexionaron sobre esta idea tan fundamental que hoy nos cuesta tanto interiorizar y hacer parte de nosotros.
Ahora sí, volvamos al tema y a la cuestión inicial.
¿Por qué tienes prisa? ¿Qué te estresa tanto?
Hablemos de porqué tenemos tanta prisa, de porqué vamos corriendo como pollos sin cabeza de un lado para otro.
* Una aclaración previa: no soy psicólogo, Coach ni ningún experto en el tema, simplemente, esto que escribo aquí es fruto de mis reflexiones, de mi sentir del momento y de las ideas de las me voy nutriendo o sobre las que me encanta leer y aprender.
Vamos a reflexionar sobre el estrés, la prisa y la ansiedad. Pero más que darte respuestas, a lo que vengo es a invitarte a reflexionar conmigo, a hacernos preguntas para ver qué causas, actitudes o creencias nos llevan a vivir un estilo de vida acelerado, donde no somos capaces o no sabemos parar, donde la mente nos domina y nos impide poner foco y atención al momento presente.
Obviamente, no hay un solo factor, sino que son muchos los ingredientes que nos afectan. Al igual que todo depende de las circunstancias de cada uno y de su entorno.
Mi experiencia
Estos días he recibido varias señales que me empujan y que me han incitado a hablar sobre este tema. En buena parte porque yo lo he sufrido estas dos últimas semanas (resulta paradójico que alguien que ha decidido escribir una newsletter/boletín sobre el no hacer nada y vivir más despacio se haya visto inmerso en esa vorágine del querer hacer constante y a toda prisa), aunque por otra parte, he sabido observarlo y detectarlo a tiempo (ahora toca trabajar en ello).
Así que, en la carta de hoy, quiero compartir ese sentir y la información (o las señales) que he recibido y me han llegado, por si a ti también te ha pasado o te sirven de algo. Así como algunas reflexiones que puedan dar alguna respuesta a la pregunta de porqué nos cuesta tanto parar y vivir más despacio.
No me enrollo más, aquí va:
1. “Tengo muchas cosas que hacer”
Si le preguntas a alguien por qué tiene prisa, lo más probable que una de sus respuestas sea: Tengo muchas cosas que hacer.
Todo empieza por un “Tengo muchas cosas que hacer”.
Lo que nos lleva a preguntarnos lo siguiente…
2. ¿Por qué tenemos siempre tantas cosas que hacer?
O mejor dicho, ¿Por qué queremos o necesitamos hacer tantas cosas? ¿Por qué queremos hacerlo todo a la vez y tan deprisa?
Te hablo de mi experiencia más reciente. Estas dos últimas semanas me he desconectado por completo de mí mismo. He dejado de meditar y de entrenar durante una semana, de dedicar pequeños ratos a pasear, a la lectura, a la escritura o a la contemplación, y lo he notado.
Me he visto de pronto agobiado y sobresaltado por mil tareas y obligaciones que hacer.
Lo gracioso es que nada de eso era tan urgente ni tan importante. Vamos, que podía esperar una semana más, o incluso dos.
Si no las hubiera hecho la vida hubiera seguido su curso y el mundo no se hubiera acabado y nadie lo hubiera notado, pero yo necesitaba, ansiaba, hacerlo y terminarlo cuanto antes. Necesitaba, de alguna manera, quitarme esa carga de encima porque pensaba que así podría estar más “tranquilo” y descansar después.
Correr para llegar antes y descansar después. Que sin sentido ¿no?
Es cierto que según la situación o el contexto de cada cual llevamos en encima ciertas cargas, responsabilidades u obligaciones que no podemos obviar a la ligera, ya sea por el trabajo, la crianza, el cole de los peques, los proyectos, etc.
En mi caso, con dos peques pequeños, estas semanas han sido bastante intensas en casa en todos los niveles, pero creo que ha tenido más que ver con resistirse a ciertos procesos o a forzar y acelerar otros (o ciertas situaciones) que quizás no tocaban en ese momento.
Para mí, se trata más bien de cómo vivimos todo eso, de cómo nos relacionamos con la vida y sus procesos, lo que nos lleva a preocuparnos en exceso por ciertas cosas, más que las supuestas cargas y responsabilidades que muchas de ellas nos autoimponemos a nosotros mismos.
Pero ¿Qué estamos haciendo para estar todo el tiempo ocupados, con prisa y con la mente en mil tareas que hacer, incluso en nuestro tiempo libre o de supuesto ocio?
¿Qué estilo de vida estamos llevando o queremos llevar? ¿Qué nos arrastra hacia esa corriente?
Yo lo veo cada día en la gente y en mi mismo cuando me descuido un poco.
Mire a donde mire, y cada vez con más frecuencia, todo el mundo lleva o tiene prisa.
Ponme un café rápido, que llevo prisa (un domingo por la mañana).
¿Prisa para ir a misa? ¿Quién tiene prisa un domingo por la mañana?
Para mí, la clave está en preguntarse precisamente eso, ¿Qué estilo de vida llevamos o queremos llevar, en qué invertimos nuestro tiempo, nuestra energía y nuestra atención?
💡Idea clave que he escuchado esta semana:
“El principal enemigo es la distracción”.
Lo que me hace pensar que nuestro mayor activo o nuestro bien más valioso es nuestra atención.
¿Cómo queremos vivir nuestra vida?
¿Cuáles son nuestras rutinas, nuestros hábitos y, lo más importante, cuáles son las creencias y los pensamientos que nos acompañan cada día?
Si hay algo que influye o determina cómo somos o cómo vivimos nuestra realidad es la la forma en que nos relacionamos con nuestros pensamientos, nuestras creencias y aquello en lo que ponemos el foco. Es decir, las “gafas” con las que observamos el mundo o nuestro entorno.
Y hablando de mundos, todos sabemos que hay dos reconocibles: el interno y el externo. ¿Cómo vivimos/cultivamos cada uno?
Ya sabemos que el interno depende de nosotros en mayor medida, mientras que el externo escapa de nuestro control, al menos, más allá de las acciones que nosotros podemos llevar a cabo y el impacto que estas puedan tener en nuestro entorno más cercano (lo que se puede traducir como la ley de causa-efecto o, más conocido, quizás, como el karma).
Me inquieta esa necesidad del querer hacer constante, de esa sensación de incomodidad cuando estamos sin hacer nada, o sin saber qué hacer o a dónde ir.
A veces, no somos capaces de resistir esa sensación de estar en silencio y que nos genera tanta tensión e incluso frustración por no saber qué hacer o hacia dónde ir.
Pero, ¿Por qué?
La primera respuesta que me viene a la mente es que tenemos miedo.
3. Vivimos con miedo.
Pero, ¿Miedo a qué?
Hay una obsesión y una presión por hacer de todo y todo el tiempo. Obsesión y presión por aprovechar el tiempo, por llenar cada hueco de la agenda, por cumplir con las expectativas y los deseos de los demás, así como las autoimpuestas por nosotros mismos, por lograr ciertos objetivos y alcanzarlos ya, sensaciones de no estar haciendo lo que quiero o me apetecería hacer en este momento, de tener o poseer tal cosa, de compararnos constantemente con la vida de los demás y ansiar lo que no tenemos.
Nos da miedo a soltar el control y a dejarnos llevar por el flujo natural de la vida.
Todo esto me lleva a pensar que a lo que realmente tenemos miedo es a soltar el control, a vivir y campear el temporal como nos viene, a aceptar la vida tal y como es en todas sus formas y variantes.
Que tenemos miedo a fallar, a fracasar, a no ser suficientes o a no estar a la altura de las circunstancias. Pero, al mismo tiempo, me surgen estas otras preguntas:
¿Por qué queremos o necesitamos cumplir con todo y con todos todo el tiempo?
¿Por qué necesitamos demostrar nuestra valía? ¿Qué necesitamos demostrar y a quién?
¿Por qué tenemos miedo a fallar, a fracasar o a no llegar?
¿A llegar a dónde? Si queremos llegar a otro sitio diferente es porque estamos huyendo de algo o porque hay algo nos incomoda ¿no?
En ese caso, ¿Qué nos incomoda, o de qué estamos huyendo?
Estas preguntas tendrá que responderlas cada uno/una desde su posición. Yo simplemente invito a la reflexión.
Personalmente, pienso que a veces huimos de nosotros mismos, de nuestras propias emociones o de determinadas situaciones que no nos agradan o que no son placenteras, de los pensamientos que nos invaden y nos ahogan porque en ocasiones no somos capaces de ponernos delante de ellos para escucharlos con la calma suficiente, para observarlos detenidamente y comprender qué nos quieren decir, qué nos están indicando.
Es posible que tengamos miedo a lo desconocido. En ese caso, deberíamos empezar por conocernos/comprendernos a nosotros mismos. A conocer a esa persona (o personajes que nos hablan) y con la que más tiempo pasamos.
Es por eso, por lo que quizás sentimos y tenemos miedo al silencio, a estar a solas con nosotros mismos, porque tememos reconocernos o reconocer nuestra realidad (o ciertos aspectos de ella) con las que no estamos cómodos o cómodas. De hecho, la mayoría siente pánico solo de pensar que tiene que estar solo/sola en silencio más de 10 o 15 minutos sin hacer nada, sin distracciones, solo observando con atención lo que ocurre en ese momento (hay estudios y experimentos que lo atestiguan).
Y esto, finalmente, me lleva a pesar que hay algo que nos impide o que no nos deja llegar a nosotros mismos.
Curioso, justo lo opuesto a lo que reflexionaban Juan Ramón Jiménez y José Ortega y Gasset al principio.
Pero ¿Qué es eso que nos impide llegar a nosotros mismos, a soltar el control y dejar de tener miedo al presente y al ahora?
Está claro que cada vez vivimos más dispersos, que nos invade la ansiedad por el hacer… Y, en gran medida, creo que esto viene dado por la gran cantidad de estímulos, distracciones, impactos e información a los que nos exponemos a diario. Vivimos con ruido constante en nuestra mente y eso nos hace vivir más dispersos, más desconectados de nosotros mismo y de nuestros auténtico Ser.
Mi propuesta o recomendación:
Elimina las distracciones. Haz limpieza de todo lo que te resulte superficial. Simplifica, prioriza y vive una vida más sencilla, lo que hoy se conoce como ser minimalista.
A veces, pienso en cómo era la vida antes, en cómo vivían nuestros abuelos. Sus estilos de vida, sus rutinas… Recuerdo ver a mis abuelos y abuelas en sus quehaceres cotidianos y para nada se les veía agobiados o estresados por todas las tareas o labores diarias (al menos, aparentemente), sino más bien ponían toda su atención en aquello que estaban haciendo. Entendían la vida como un proceso cíclico y natural, es decir, vivían acorde a los ciclos naturales de la vida (aún más en el contexto rural). No necesitaban vivir con tanto, no dependían de tantas cosas o artilugios para vivir, no vivían con tantas expectativas puestas en el futuro, y aún así eran felices, a su manera.
No digo con esto que tengamos que volver a los tiempos de antes. Hemos evolucionado en muchos aspectos (sobre todo a nivel cultural, social y de educación) que son muy importantes para vivir en una sociedad más abierta y plural, gracias a que hemos cuestionado ciertas creencias y prejuicios que nos limitaban o que van en contra de nuestras libertades.
Pero sí que hemos perdido esa esencia de los estilos de vida más sencillos y armónicos que nos hacían vivir más en el presente y nos acercaban a esos procesos o ritmos más lentos.
Al final, de lo que se trata (o al menos así lo entiendo yo), es de coger lo mejor de cada contexto.
Hace un tiempo que decidí eliminar todas las distracciones posibles de mi entorno, sobre todo las relacionadas con las pantallas y las redes sociales (más allá de lo esencial), pero también las relacionadas con todo aquello que me restaba (o me resta) energía en mi día a día (llevo más de un año y medio sin ver la TV ni escuchar la radio).
Si quiero o necesito informarme o saber sobre algún tema, busco las fuentes menos sesgadas o condicionadas por ciertos ideales y prejuicios, leo libros o escucho podcasts especializados en ese tema o ámbito en concreto. O básicamente leo y aprendo sobre lo que me apetece en cada momento.
Por otro lado, sigo trabajando en simplificar todos mis procesos y rutinas, creando ciertos hábitos que me lo ponen más fácil a la hora de llevar una vida más sosegada, equilibrada y saludable, al mismo tiempo que intento priorizar lo importante. O al menos, aprender a identificar qué es lo más importante en cada momento.
Sé que no es fácil porque vivimos inmersos en una sociedad rodeada de estímulos constantes donde todo va cada vez más deprisa. Eso hace que sea difícil encontrar momentos de silencio para evadirse de todo ese ruido y escucharse a uno mismo o a una misma.
Por otro lado, están todas esas obligaciones, responsabilidades o imposiciones de las que no podemos escapar, aunque se hace todo más ligero cuando aprendes a simplificar, cambiar el foco y entrenar tu atención. O si consigues eliminar todas esas distracciones que no te aportan nada y que te restan energía.
A mí, al menos, me ha funcionado y me sigue funcionando el trabajar en lo que depende de mí, es decir, lo que está bajo mi control, en poner más atención en los pequeños detalles que están en mi campo de acción.
Y hablando de control. Algo que me he propuesto implementar en mi vida en adelante (y que en buena parte es el objetivo de esta newsletter) es a no planificar tanto, a dejar más espacio para la improvisación, el juego y la experimentación, a no tomarme las cosas tan en serio y dejarme llevar por la experiencia del momento. En definitiva, a ser más coherente con mi naturaleza y mi Ser.
Reducir la velocidad para ganar claridad
Como breve apunte, José Carlos Ruíz, autor de “El arte de pensar”, profundiza en su libro Incompletos: Filosofía para un pensamiento elegante en la etimología de la elegancia como el acto de saber elegir.
En sus propias palabras: “El pensamiento elegante moldea a un sujeto que no lucha por mostrarse distinto entre la multitud sino que se eleva hacia una vida distinguida. Frente a él se posiciona un sujeto hipermoderno que ha dinamitado el valor de la discreción y el sentido del pudor”.
En un mundo donde cada vez hay más ruido, donde estamos rodeados de estímulos todo el tiempo y recibimos miles de impactos diarios, o pasamos horas y horas delante de una pantalla interaccionando y consumiendo contenidos e información a gran velocidad, se hace cada vez más fundamental y urgente desarrollar la atención al momento presente. Y saber filtrar todo aquello que llega a nuestra mente, con lo que alimentamos a nuestro espíritu.
Esto me recuerda que cada vez vivimos más en el mundo de las redes sociales y las pantallas y menos en el mundo presencial. No hay más que ver la cantidad de horas que invertimos en interaccionar por medio de una pantalla y las que dedicamos a estar presentes con las personas de nuestro entorno.
El resultado ya lo estamos viendo. Una sociedad con cada vez más problemas de atención, con dificultades para relacionarse con las personas o para concentrarse en una única tarea o cosa, y una mayor dispersión (a mayor número de opciones, más indecisión, más dispersión, más frustración), por las infinitas opciones que nos presenta el mundo digital y el chute de dopamina que eso significa para nuestro cerebro. Placer e inmediato.
Pienso que nuestra capacidad de elegir, nuestro filtro y nuestro pensamiento crítico no está lo suficientemente entrenado para hacer frente a todo ese abanico de posibilidades tan atractivas que nos muestran los medios.
Cuando no somos capaces de conseguir lo que deseamos y, ademas, no podemos tenerlo de forma inmediata, nos sentimos frustrados y nos bloqueamos.
Una reflexión final:
¿Qué ha pasado para que nos hayamos desvinculado y alejado de los ritmos de vida más lentos o conscientes, para que nos hayamos desconectado de nuestra verdadera esencia y naturaleza?
Para terminar, propongo un reto para los tiempos que vienen:
Aprender a dejarnos llevar por el flujo natural de la vida.
Tenemos que aprender a parar, a convivir con nosotros, a conocer nuestros valores y a elegir un estilo de vida que cuide de nuestra salud física y mental.
Tenemos que aprender a vivir sin miedo, a soltar el control, a dejarnos llevar por el flujo natural de la vida, a disfrutar de los procesos y conectar con el presente, con los ritmos naturales de la vida.
Tenemos que dejar de tenerle miedo a la vida y empezar a vivir.
Y ahora sí, te dejo una canción para despedirme y poner BSO a esta carta y que te sea de mayor inspiración.
(Si la escuchas, verás que todo tiene sentido).
Un cálido abrazo,
Antonio.
P.D: Estaba previsto que esta carta saliera el 3 de diciembre, pero cuando la vida te manda señales o te dice que no es el momento, es mejor parar, escuchar, soltar el control y dejarse llevar por el ritmo de las olas.
Esta carta no es perfecta ni pretende serlo. Estas semanas, por lo que sea, ha sido una verdadera odisea encontrar unos momentos de calma para sentarme a escribir. Como si se hubieran alineado los astros para que estos días no fueran favorables en ese sentido. Así que he decido soltar y dejarme llevar por la corriente del cosmos.